Por Raquel Pozzi
Quince años de fracaso por la pacificación en la República islámica de Afganistán proponen nuevamente otro escenario en las luchas internas entre el Talibán y el gobierno de Ashraf Ghani, como también evidencia el desorden generado por la incursión del Estado Islámico en franca carrera por instalar un califato en Kabul.
En ese contexto, los Estados Unidos de Donald Trump fracasaron en los intentos de negociación llevados a cabo en el mes de abril de 2019 con el objetivo de resolver el conflicto, pero dejando claro que la única solución será institucionalizar al grupo terrorista dentro de la estructura política afgana.
Los halcones norteamericanos prefieren una salida tangencial en Doha (Qatar) en una negociación indirecta con los talibanes sin la presencia estadounidense, aunque digitando las decisiones que pueden tomar los representantes del gobierno afgano en la participación de esta nueva ronda de acuerdos bilaterales. Si bien los yihadistas aceptaron negociar en la reunión intra-afgana, se enmarca en un contexto de atentados suicidas -mismo día de las reuniones- reivindicadas por los talibanes en la provincia de Ghazni, lo que implica que el lamentable comodín utilizado por los insurgentes sigue siendo el terror para lograr ventajas.
Representantes de los talibanes consideran “histórica” la resolución del conflicto en alas de insertarse en la vida política afgana, escenario turbulento teniendo en cuenta el escaso poder de resiliencia de la sociedad afgana mutilados por los diferentes proceso históricos tales como: la invasión de la URSS; la construcción de la contra-revolución con la creación del Talibán, como opereta gestionada por Estados Unidos en pos de frenar el avance del comunismo soviético engendrando posteriormente a su propio enemigo: caos constructivo.
A pesar de los vaivenes en la región, la administración de Trump considera imperioso resolver el conflicto antes del 1 de septiembre del 2019 -por elecciones presidenciales afganas- con la intención del retiro de las tropas norteamericanas de Afganistán. El problema radica en las piezas que integran el puzzle en la mesa de las negociaciones, el gobierno afgano sólo ha enviado funcionarios de tercera línea como también a Abdulá Adbulá (líder del partido Hizb -e- Wahdat) jefe del ejecutivo contando con el aval del grupo talibán -cuestión refutable- después de los intentos de Vladimir Putin en la reunión de Paz llevada a cabo en la ciudad de Sochi insistiendo que el gobierno afgano debía integrar la mesa de las negociaciones.
En Doha se decide la paz en Afganistán
La importancia de la nueva reunión en Qatar patrocinada por el estado anfitrión y Alemania tiene doble objetivo. Por un lado, los Estados Unidos deben retiren las tropas norteamericanas que actúan integrados a la OTAN y, a su vez, los talibanes culminar con las prácticas terroristas que han destruido la vida de tantos afganos y la paz en el estado “frágil” de la República Islámica de Afganistán cuyo presidente Ashraf Ghani Ahmadzai carece de legitimidad y de credibilidad en la resolución del conflicto. En concreto, el compromiso de los talibanes es no utilizar a Afganistán como base para operaciones terroristas siempre y cuando se acepte la formación de un partido político “talibán” que pueda tener representantes en el Parlamento.
Pero otros asuntos escabrosos estarán presentes en Qatar: el reparto de poder político entre afganos y talibanes; el futuro de Ghani y el papel regional de potencias tales como Pakistán, Irán e India. También en la agenda de esta reunión se tratarán los derechos de las mujeres a trabajar, asistir a la escuela sobre los valores islámicos y la cultura afgana.
El calendario se diseñó para avanzar rápidamente sobre el retiro de las fuerzas norteamericanas de Afganistán, una forma de ganar tiempo y liberar el camino para emprender en los próximos días la inserción de los talibanes en la política de cara a las elecciones presidenciales. La administración de Trump prefirió pactar con los enemigos como la única forma de resolver con urgencia la situación en Kabul antes que estalle otro frente de guerra en una coyuntura peligrosa que tiene a toda la región en alarma constante.
Los minúsculos focos yihadistas que se registran en Siria sobre todo en Idlib; la complicada situación de las empresas extranjeras en Irak como derivación del conflicto entre Estados Unidos e Irán; el Pacto Nuclear en su fase terminal; la República Islámica de Irán que se ha plantado de frente a las sanciones económicas de Washington enriqueciendo uranio sobrepasando los límites impuestos; La guerra en Yemen entre Hutíes y los Saudíes; el fortalecimiento de las ramas yihadistas en el Cuerno de África con la incursión del ISIS; el re-surgimiento del Al-Qaeda en el norte de África; la carrera por dominar los estrechos en el Golfo Pérsico; la doble administración en Libia y otros conforman el gran desorden regional.
Talibán, Al-Qaeda y el Estado Islámico
En Kabul, todos contra todos se enfrentan para controlar los puntos estratégicos de la ciudad, etnias tales como los hazara son objetivos habituales de los talibanes y del Estados Islámico de Khorasan (ISK). La tensión que se vive en Afganistán es insoportable ya que cualquier movimiento podría ser mortal. Las zonas más custodiadas como el cuartel general de la OTAN; las residencias de diplomáticos y militares como también la sede del Palacio Presidencial de Ghani, son objetivos concretos de los yihadistas. La ruta de las bombas terrestres y de los coches bombas conforman La Ruta de la Muerte donde todo es posible por los servicios de inteligencia de los grupos yihadistas que se han entrenado para camuflarse e infiltrarse en la denominada “Zona verde”.
La tragedia en Kabul no se centra sólo en la lucha contra el terrorismo, hay otras aristas no menos peligrosas como el narcotráfico -sin dejar de mencionar que Afganistán es el primer productor del mundo del Opio- y la criminalidad dentro de las estructuras gubernamentales que están corroída por la corrupción.
Los talibanes, Al-Qaeda e ISIS han condenado a muerte la confianza, todos son considerados sospechosos, cada persona puede tratarse de un suicida, la paranoia es el síntoma del estrés que asola a los afganos. Los deseos de terminar esta pesadilla depende de las negociaciones en Qatar, pero quizás vale analizar profundamente si el ingreso de los talibanes a la política será una solución o el peor acuerdo, como también cabe preguntarse si Trump estará dispuesto a retirar las tropas de Afganistán o se trata de una cortina de humo para no develar prematuramente otros propósitos en la región.
Los Estados Unidos de América se ha convertido en el fertilizante ideal que facilita la germinación de la semilla de guerras perpetuas. Kabul, la capital de Afganistán, sin embargo, con la asistencia financiera occidental a la administración afgana vuelve a atizar el pórtico del averno provocando por un lado la embestida furiosa del nuevo líder talibán el mulá Hibatulá Ajunzada y por el otro la bestial impronta del Estado Islámico quienes zumban con el puño cerrado la puerta de un nuevo infierno. Doha quizás es la esperanza por el diálogo pero no es certera la resolución de un conflicto en estado de putrefacción.